Cuando el 19 de mayo 1929 se inaugure la Exposición Internacional de las Industrias Eléctricas de Barcelona, la arquitectura catalana presentará los dos extremos desde los que la técnica construye sus significados: el mito y la realidad. El primero vendrá representado por el Pabellón Oficial de la Sección Alemana de Ludwig Mies van der Rohe y el uso ilusorio de un elemento de la tradición constructiva catalana: el pilar cruciforme. El segundo, la realidad, le seguirá de la mano de otro manifiesto de vanguardia, firmado por José Luis Sert, quien ese mismo año desnuda la estructura vertical de la terraza de sus viviendas en la calle Muntaner. Que los arquitectos del GATCPAC poco o nada hicieron uso de la arquitectura de Mies es un hecho que constatan las dos únicas reseñas de la obra del alemán publicadas en la revista A.C. (Red. 1934). Que entre sus intereses tecnológicos se encontraba Alemania desde premisas como estandarización, economía y productividad, es un trabajo que algunos historiadores ya han llevado a cabo (Paricio, Serra 2008). Sin embargo, hasta el momento se ha hablado de “coexistencia” entre técnicas tradicionales y nuevos procesos industriales, olvidando que la forma puede ser el resultado de una contradicción. La presente comunicación se centrará en tres obras, la Casa Bloc (1933), el Dispensario Antituberculoso (1934) y la Joyería Roca (1934), para reseguir su forma como resultado de este tensión y donde la modernidad se manifiesta de modo “arcaizante”. Tal y como afirmara el arquitecto Rafael Moneo en su conferencia homenaje al ingeniero Carlos Fernández Casado en 1975, “la técnica no importa, la esencia de la arquitectura está en el hecho técnico. Lo que se afirma es el construir, la actividad constructora, el quehacer específico del arquitecto”. Un quehacer que los arquitectos del GATCPAC hicieron oportunidad al afirmar la arquitectura desde la historia.