La caída de la cubierta del polideportivo de Huesca decide una nueva trayectoria en la obra del arquitecto Enric Miralles, preocupado por el devenir y por entender que los proyectos no se terminan nunca. Tras el derrumbe, la estructura inicia un viaje secuencial en el tiempo que comprende el destino final de su obra: las cubiertas de la avenida Icaria (1991) -el proyecto que sigue a Huesca (1988)- son el resurgir de sus restos; Alicante (1993), el ensamblaje precario de éstos hacia una posible redención en el uso y el programa de un edificio que exige el movimiento constante de sus usuarios; y finalmente Santa Caterina (1997), el inevitable derrumbe, reflejo tanto del programa como de la historia del lugar y del significado de su nombre.