Abstract:
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Cicerón se refugió, como es sabido, en las especulaciones filosóficas
para olvidar sus desilusiones politicas y, sobre todo, para mitigar el
hondo dolor que le produjo la muerte de su hija Tulia. Fruto de esta
dedicación a la filosofia fue la redacción, el año 45, entre otras obras,
de sus Tusculanae disputationes, consideradas por algunos criticos
como la <> de su producción filosófica. Como dice E. Valentí, en las Tusculanas Cicerón <>. Ahora bien, para Cicerón la inmortalidad del alma esta intimamente vinculada a su misma esencia divina, y es esta segunda cuestión la que centra sus especulaciones. Para él, la prueba de la divinidad del alma esta en las facultades del espíritu humano, en cuanto éstas -memoria, meditación e invención- son, precisamente, poderes caracteristicos de los dioses; de ahi que, si el alma posee también tales poderes, podrá afirmarse consecuentemente su caracter divino. Entre los diversos argumentos aducidos por Cicerón -y de los que nos ocuparemos luego- nos soprende, por su especial interés lingüístico, el siguiente: ¿podria ser mortal el alma de quien "sonos uocis, qui infiniti uidebantur, paucis litterarum notis terminauit"? (I, XXV, 62).
Es decir, ¿podia poseer un alma simplemente mortal quien fue capaz de reducir todas las articulaciones sonoras de la voz humana a unos pocos signos? En estas breves palabras de Cicerón estan implicitas dos cuestiones lingüisticas fundamentales: el carácter fonológico del alfabeto latino y, como corolario lógico, una concepción muy precisa de las unidades
lingüisticas que hoy hemos bautizado con el nombre de fonemas. Analizaremos estos dos puntos separadamente. |